lunes, 23 de mayo de 2011

POEMA DE CORTÁZAR

Rayuela - Capítulo 68
[Capítulo de novela. Texto completo]
Julio Cortázar



Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentían balpamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.



POEMA

Apenas él le tocaba el cabello, a ella se le aceleraba el pecho y caían en charlas, en salvajes discusiones, en peleas exasperantes. Cada vez que él procuraba calmar las furias, se enredaba en un llanto quejumbroso y tenía que encontrarse de cara al mundo, sintiendo como poco a poco las lágrimas se deslizaban, se iban apoderando, incrementando, hasta quedar tendido como el coponcito de nieve al que se le han dejado caer unas gotas de agua. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se maltrataba los dedos, consintiendo en que él aproximara suavemente sus manos. Apenas se encontraban, algo como un estruendo los desesperaba, los asustaba y acobardaba, de pronto era el pitido, la escalofriante impaciente de las neblinas, la brillante impulsividad del frio, los vientos del huracán en una abrumadora penumbra. ¡Amor! ¡Amor! Revolcados en la montaña del mendigo, se sentían aparecer, perdidos y agónicos. Temblaba el mar, se vencías las esperanzas, y todo se olvidaba en un profundo llanto, en suspiros de tragedias mansas, en arrepentidas casi crueles que los entorpecían hasta el límite de las pasiones.

Referencias: http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/cortazar/rayue68.htm

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